martes, 13 de enero de 2009

¿Hijos o mascotas?



Hay un artículo de Vicente Verdú, en “El País” , que roza una verdad escasamente reconocida hoy: que la maternidad (o paternidad)
corre el riesgo de banalizarse al quedar convertida en un acto de posesión, en el capricho de quien “adquiere” un niño como quien comprase una mascota: ¿Un hijo o una mascota? ¿Una mascota, un hijo o un robot. Todo es celebrar las múltiples opciones de concepción de la mujer actual: con y sin sexo, con o sin óvulo propio, con o sin pareja, con o sin edad fértil. Pero, entre tanto, ¿qué dice el niño? Eso, qué dice el niño, es lo esencial. Porque “la ventaja de la mascota sobre el niño es que se adapta con mayor facilidad, se somete con menor resistencia y, en general, es incomparablemente agradecida”. Un animal doméstico es así aunque se haga adulto y se caiga de viejo. Por eso no es sujeto de derechos ni de deberes. Por eso se puede ser titular de su propiedad hasta que se muera. Una criatura humana es otra cosa: un ser inteligente y libre, con unos derechos inherentes a esa condición. Ser padre, ser madre, no es una decisión equiparable a la de irse a vivir a un adosado o cambiar de empleo. Hace poco, alguien expresó una idea temible en su aparente inocencia progresista: “ser madre ha pasado de ser una misión a ser una opción”. Lo de misión, claro, está dicho en sentido peyorativo. Pero el concepto de opción parece ligado, en este contexto, a una soberana disposición del que opta sobre el objeto de su acto libre. La contrapartida de la opción libre, sin embargo, no es la posesión, o el completo dominio sobre el objeto, en este caso el hijo. La contrapartida es la responsabilidad. Y aquí es donde entra lo de la misión. Que yo llamaría, con término más exacto, vocación, pues es lo que requiere la responsabilidad sobre seres humanos. Vocación sugiere entrega, decisión irrevocable, frente a la mayor revocabilidad de la simple “opción”. Una maternidad concebida como posesión lleva, sí, al tratamiento del niño como mascota, a la que se acaricia, se mima, se colma de caprichos, pues existe para su placer y el mío, sin más quebraderos de cabeza. El resultado, en los seres humanos, se llama malcrianza. O sea, todas esas “opciones” que corretean por ahí dando tormento a vecino, profesores y a los propios padres.




Jesús Sanz Rioja


Fuente, aciprensa.

martes, 6 de enero de 2009

Mensaje de la Madre Teresa


Hoy día hay tantos problemas en el mundo y yo creo que muchos de estos problemas comienzan en casa.
El mundo está sufriendo tanto porque no hay paz.
No hay paz porque no hay paz en la familia.
Debemos hacer de nuestras casas centros de compasión, y perdonar sin cesar, y así habrá paz.
Ustedes han de ser una familia, ser esa presencia de Cristo el uno para el otro.
Dios ha enviado la familia para que sea Su amor. Ámense los unos a los otros con ternura como Jesús ama a cada uno de ustedes.
Jesús siempre está allí... para amar..., para compartir..., para ser la alegría de nuestra vida.
El amor de Jesús para nosotros es incondicional... es tierno... siempre perdona... es completo.
Solo deja que la gente vea a Jesús en ti: que vea como rezas... que vea como llevas una vida pura... que vea como tratas a tu familia... que vea cuanta paz hay en tu familia.
La consideración hacia los demás es el punto de partida para una gran santidad. Si aprendes ese arte de la consideración, te harás más y más parecido a Cristo, porque Su corazón era manso y El siempre pensaba en las necesidades de los demás. Si tenemos esa consideración los unos a los otros, nuestras casas realmente se convertirían en el hogar del Señor Altísimo.
¿Conoces primero a los pobres de tu propia casa? Tal vez en tu casa haya alguien que se siente solo, no muy acogido, no muy amado. Tal vez tu esposo o tu esposa o tu hijo se siente solo. ¿Sabes eso?
Hoy día ni siquiera tenemos tiempo de mirarnos el uno al otro, de hablarnos, de divertirnos en la compañía de otros... Y así, cada vez estamos menos en contacto el uno con el otro. El mundo está perdido por falta de dulzura y amabilidad. La gente siente una gran hambre de amor porque todo el mundo tiene tanta prisa.
Sean felices. . . y dedíquense muy especialmente a ser un signo de la felicidad de Dios. La alegría se refleja en los ojos; es evidente cuando uno habla y camina. No la podemos encerrar dentro de nosotros mismos. Cuando la gente encuentre en tus ojos esa felicidad habitual, entenderán que ellos son los hijos amados de Dios. La alegría es muy contagiosa. Nunca sabremos todo el bien que una simple sonrisa puede causar. Sean fieles en las cosas pequeñas. Sonrían el uno al otro. Tenemos que vivir bellamente.
Si introducimos la oración dentro de la familia, la familia quedará unida. Se amarán los unos a los otros. Reúnanse por sólo cinco minutos. Es de allí de donde vendrá su fuerza. El tiempo que pasamos teniendo nuestra audiencia diaria con Dios es la parte más preciosa de todo el día. Quiero que Vds. llenen sus corazones con gran amor.
Hagan de sus casas - y de sus familias - otro Nazaret donde el amor, la paz, la alegría y la unidad reinen, porque el amor comienza en el hogar.
¡Que Dios los bendiga!

Este mensaje de la Madre Teresa, que apareció originalmente en el boletin "Co-Worker Newsletter" (Summer/Spring, 1989), es distribuido por Alianza Latinoamericana para la Familia, Apartado 1225, Carmelitas, Caracas, Venezuela