domingo, 7 de noviembre de 2010

ABIERTOS A LA VIDA



Muchas parejas de esposos, siguiendo la mentalidad materialista y hedonista reinante en el mundo, procuran tener uno, o máximo dos hijos. Para ellos lo único importante es disfrutar de la vida y gozar de todas las comodidades y placeres posibles. Por esto, planifican el tener sus hijos como si se tratara de comprar un coche o una casa. Se pesan los pros y los contras, como si estuvieran rellenando la hoja de un balance de empresa. Si el balance es positivo, es el momento de tener el hijo; si no, debe esperar.

Por otra parte, sólo quieren tener hijos sanos. De ahí que sea tan frecuente hacerse la prueba del líquido amniótico para ver si va a nacer sano; en caso contrario, de acuerdo con los médicos, se lo aborta con total tranquilidad como si se tratara de un montón de carne y no de un ser humano. Y en el caso de que, en contra de lo previsto, naciera enfermo, muchas parejas lo dejan morir de hambre o simplemente le dan el biberón con un barbitúrico (veronal) en dosis mortales o le inyectan potasio o le retiran la sonda nasogástrica. Y, en el mejor de los casos, los abandonan o los entregan a una institución estatal o privada, que cuide de estos niños enfermos.

Un caso famoso ocurrió en Italia. Una mujer recurrió al aborto terapéutico, aprobado por la ley, para abortar a su hijo de 22 semanas, después que los médicos le diagnosticaron una malformación inexistente. Esto ocurrió en Florencia, en el hospital Careggi, el año 2007. El niño nació totalmente sano y murió a las pocas horas. Pero ¿cuántos niños habrán muerto así por errados diagnósticos? Conozco varios casos en los que los médicos les decían a sus madres que debían abortar, porque el niño nacería enfermo y, después de aceptar con fe la voluntad de Dios, resultó que nacieron totalmente sanos. Los médicos pueden equivocarse, pero también Dios puede hacer milagros, cuando se lo pedimos con fe.

Los hijos no son un estorbo y, mucho menos, un castigo de Dios, aunque estén enfermos. Siempre son un regalo de Dios. Por eso el Papa Juan Pablo II decía:

La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está a favor de la vida. Por esto, la Iglesia condena como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia todas aquellas actividades de los gobiernos y otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades a favor del anticoncepcionismo e, incluso, de la esterilización y del aborto procurado. Al mismo tiempo, hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que en las relaciones internacionales la ayuda económica, concedida para la promoción de los pueblos, esté condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilización y aborto procurado .

Los medios de comunicación son con frecuencia cómplices de esta conjura contra la vida, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de la vida .

El mismo Juan Pablo II les decía a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Denver (Colorado), el 15 de agosto de 1993: Defended la vida. Cristo os necesita a vosotros para iluminar el mundo y mostrarle el sendero de la vida. Poned vuestra inteligencia, vuestros talentos, vuestro entusiasmo, vuestra compasión y vuestra fortaleza al servicio de la vida. No tengáis miedo... La vida es más poderosa que las fuerzas de la muerte, la verdad es más poderosa que las tinieblas, el amor es más poderoso que la muerte. ¡Ay de vosotros, si no lográis defender la vida! La Iglesia necesita de vosotros para hacer que el Evangelio de la vida penetre en el entramado de la sociedad.

Extraído de Catholicnet

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